domingo, 25 de noviembre de 2012

De lo que escriben, escribo



Grandes maniobras en miniatura
Eduardo Casar
Biblioteca Mexiquense del Bicentenario



Eduardo Casar construye un artefacto lingüístico digno del mejor Mallarmé. Un artefacto que, endodérmica o exodérmicamente, reacciona. Con la paciencia del poeta artesano (arte sano este de la poesía) pule y descubre y se alegra de su labor.

La frase, por así decirlo, se disloca. Que digo se disloca, se disuelve. La frase se disuelve en otra. Transustanciación, transnominación. La palabra es el nombre de sí misma y de otra y de otra. Es ella y es otra, se aleja de su significado y va, lentamente, redimensionándose.

Pero en Casar la obsesión no está en la palabra sino en la frase, la que comunica algo, la que dice, la que tiene sentido.

El significado juega con la palabra, la hace lúdica o filosófica, porque en  Casar el verso es hijo del otium. La sabiduría es un juego, la memoria virtud de los niños. También hay asombro de él mismo: saberse, constatarse.

Con qué barroquismo construye versos de amor y de un salto los rompe. Asistimos a la demolición de antiguas catedrales, lo curioso es que no miramos ruinas. Miramos fragmentos que caen bellamente, y dan otras figuras más bellas.

Muy pocos escritores contemporáneos tienen el oído de Eduardo Casar para irse deleitando con los accidentes del hablar (escribir) cotidiano. Y no sólo los descubre., los potencializa.

Con Grandes maniobras en miniatura es posible comprender a lúdico Aristóteles, dame una la palabra para mover al mundo, pero también a un alegre Juan Evangelista, y el verbo se hizo frase.

Grandes maniobras en miniatura es un joya, diminuta y valiosa, del lenguaje y de los valores del que se impregna.

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