domingo, 23 de septiembre de 2012

Apuntes hacia ningún sitio



Temor y terror

A partir del título, es imposible dejar de pesar en ese gran libro breve de Soren Kierkegaard: el teólogo danés, el filósofo; Temor y temblor, ese libro, más teología que filosofía, que indaga, desde  un pasaje veto testamentario, las implicaciones éticas de la fe.

No intento hablar de la fe, al menos no de la fe religiosa sino, en todo caso, desde una fe laica, cívica, incluso política. La fe  (que no voluntad) en que se continúan las comunidades humanas. Ni siquiera de eso: acaso unos rasgos, los menos,  de ella.

Porque la convivencia social se basa en esta fe: ciega, inexplicable. Heredada, genómica. Intuida por Aristóteles: animal político. Una fe que “revela” la naturaleza del hombre.

Es necesario hablar de fe para entender las dinámicas sociales: la dinámica del miedo. Graduado. Temor o terror. Temor y terror.

El temor es una actitud ante lo desconocido. Temor a Dios. Temor ante la naturaleza. Se teme por ignorancia (se es incapaz de conocer los límites y efectos de la fuerza de Dios o de los dioses, y de la naturaleza). El conocimiento termina con el temor.  

El temor es una intuición. Se espera, se piensa, se construye.

El terror, por el contrario es la certeza. La realidad produce la intensidad máxima del miedo. No se espera: se sabe lo que acontecerá si se cumple el supuesto.

Al temor se puede llegar mediante el rumor. Para alcanzar el terror se necesitan acciones contundentes.


Pienso o recuerdo todo esto, teniendo presente “La rebelión en la granja[i]”. Difiero cuando se habla de ella como de una metáfora de las sociedades bajo regímenes totalitarios. No. La rebelión en la granja es por un lado la descripción de la vitalidad de todo  sistema de convivencia y gobierno, mientras que por otro es una descripción de los mecanismos del poder.

Porque todo, cuando alcanza su virtud, no tiene más destino que la decadencia. Hasta el terror.


[i] El episodio número 49 de Imaginaria Jurídica, es un análisis de esta obra de George Orwell.

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