domingo, 27 de mayo de 2012

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Poder

De Vito Corleone se ha escrito mucho. Sólo una cosa me parece que perdura. Era un hombre de poder. Un hombre con poder. Hombre-poder.
Yo pienso, porque pienso, que pensar es el poder. No pensar al poder. El pensamiento como potencia. Qué es el poder sino potencia transformadora del sentido del mundo.
Ahora se habla mucho de democracia. Los políticos la llaman “gobierno del pueblo”. Y el pueblo, que no existe, calla. En la vida pública, el silencio es la inexistencia. El poder se sustenta con la palabra.
Hay algunos que piensan a la democracia como sinónimo de la tiranía del yo. Yo pienso, tirano, que tengo la razón, que hay un sinónimo mío significante, como roca fundacional, que edifica y construye, inventa al mundo.
Pero cuál, pero qué mundo. El mundo del que soy sol, del que soy centro. El mundo, mi mundo.
No hay democracia. Hay un mundo a conveniencia, sistemas donde el sentido del poder lo dicta mi voluntad (u otra voluntad, pero también voluntad de un yo). No hay voluntades comunes, hay una voluntad imperante, que supedita al resto. Cuando dos voluntades se confrontan surge la conciencia de ser distinto.
Tener conciencia de la exclusión del mundo es tener voluntad para excluir a otro. Acá no está la solución.
La potestad soberana, diría mi barroquismo, es fundamento del hombre. Las sociedades tienen vocación de fundamentar instituciones, no seres de poder que las desestabilizan.
El poder, aunque muchos lo nieguen, es personalísimo; eso que llaman pueblo agrupa multitudes.


NOTA: Hoy que escribo del poder, aunque muchos hubiesen querido citas de Foucault, he decidido escribir brevemente poderoso, sin ataduras a pie de página.

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