domingo, 6 de mayo de 2012

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Del deseo al amor: la sensualidad de la literatura

Para Ortega y Gasset, el amor es una especie de “estado comunicante”[i]. Quizá tenga razón. Quien ama, establece un diálogo con lo amado –el amado de San Juan de la Cruz[ii], la Julieta del Romeo shakesperiano. El amor otorga atemporalidad –estar fuera del tiempo– y alteridad –ser en otro. La ciudadanía[iii] amorosa es un exilio voluntario a la vez que perpetua radicación en un reino (¿república?) metafísico.

El amor, dice Octavio Paz[iv], es un invento contra la muerte. Maravilloso y eficaz, digo yo. Da sentido a la vida, incluso a lo que hay o no, después de ella[v]. Confirma la existencia al negarla, posesión por pérdida[vi]. El amor va más allá de lo concreto-humano.

El deseo, menos abierto, menos evasivo, es unilateral. Arbitrario. Es adjudicación directa[vii]. El deseo es también un fenómeno del lenguaje[viii]. Podemos no nombrar lo amado, pero siempre enumeramos lo deseado. Qué deseo, cómo lo deseo.

El deseo no excluye al amor, ni viceversa. Tampoco se necesitan. De su unión surge el erotismo. El erotismo no es la mecánica sucesión de cuerpo sobre cuerpo (cuerpo contra cuerpo), sino esto: rítmica elaboración de conceptos vitales sucediéndose en una concreción temporal.

El deseo nada comunica. Sucede.

Implacable, la moral, irrumpe en todo el hacer humano. Vladimir Nabokov, en Lolita, reivindica a Humbert Humbert: el deseo deviene en amor, purificando la pasión nefanda.

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El trabajo literario no nos vuelve hombres de amor ni hombres de deseo, pero si nos convierte en citadistas consumados.


[i] Cfr. Estudios sobre el amor.
[ii] “A dónde te escondiste amado”. El verso primero del cántico espiritual establece un modo nuevo de expresar el amor, es un tú a tú, rompiendo las barreras. La criatura, a través del amor, se comunica de forma directa con su creador.
[iii] Utilizo la palabra ciudadanía en el sentido más ilustrativo, metafórico, sin implicaciones cívico-políticas.
[iv] La llama doble: amor y erotismo.
[v] “Su cuerpo dejará, no su cuidado; / Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.”  Francisco de Quevedo y Villegas, Amor constante más allá de la muerte.
[vi] Si la memoria no me traiciona, es José Emilio Pacheco quien califica de esta forma al proceso amoroso en la poética de Ramón López Velarde.
[vii] “Te oyera aullar,/ te fuera mordiendo hasta las últimas/ amapolas, mi posesa, te todavía/enloqueciera allí, en el frescor/ ciego, te nadara/ en la inmensidad/ insaciable de la lascivia,/ riera/ frenético el frenesí con tus dientes, me/ arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo/ de otra pureza, oyera cantar a las esferas/ estallantes como Pitágoras, te/ lamiera,/ te olfateara como el león/ a su leona,/ parara el sol,/ fálicamente mía.. (..)” Gonzalo Rojas, El fornicio.
[viii] Steiner, en “Los libros que nunca he escrito” inicia, provocador y contundente, uno de sus capítulos: ¿Cómo es la vida sexual de un sordomudo? ¿Con qué incitaciones y cadencia se masturba? ¿Cómo experimenta el sordomudo la libido y la consumación?

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