Miedo A
sangre fría
Contra ti mi plegaria.
Plegaria contra el miedo.
Mezcla de horror y
júbilo. De fibra lacerada.
Contra mi lado oscuro.
Contra las aguas mansas.
Contra ti. Contra todo.
La voz.
Maria Elena Cruz Varela, Plegaria contra el miedo
El miedo, según la primera acepción del Diccionario
de la Lengua Española, es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo
o daño real o imaginario”. Siguiendo el mismo diccionario, vemos que perturbar
es “inmutar, trastornar el orden y concierto, o la quietud y el sosiego de algo
o de alguien”; mientras que la angustia es un “temor opresivo sin causa precisa”.
Cuando se habla –o se escribe– en torno –sobre–
el miedo, se busca precisión. Recurro al diccionario para no abonar más miedo
al miedo. Por su naturaleza, los miedos no se suman, se multiplican. De allí la
elaborada exactitud para abordarlo.
Las reacciones ante el miedo en las sociedades,
por más distintas que sean, apuntan en un sentido: el aislamiento. De ahí que
no exista el miedo colectivo, aún cuando simultáneamente puede sentirse miedo
ante acontecimientos o expectativas similares. El miedo reduce al más concreto
individualismo. Las personas se retraen, considerando que salvaguardan lo que les es propio separándolo de la colectividad. El miedo destruye la sociedad puesto
que contrapone los intereses de unos contra otros.
Contra el miedo, se ha inventado de todo: desde
los vaticinios hasta la idea de certidumbre jurídica. Qué sean eficaces o no,
es cosa distinta.
El derecho debería ser un arma contra el miedo.
No lo es. De serlo, sería un fundamento de la cohesión de las sociedades,
preservándolas de los arrebatos, contribuyendo a la convivencia armónica –libre
de prejuicios– de sus integrantes
El miedo, como experiencia de lo humano, nos
recuerda la vulnerabilidad de nuestro ser. Cuando vivimos el miedo, nos invade
la tensión de ser los próximos depositarios de la desventura.
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