domingo, 29 de abril de 2012

Apuntes hacia ningún sitio


Miedo A sangre fría

Contra ti mi plegaria. Plegaria contra el miedo.
Mezcla de horror y júbilo. De fibra lacerada.
Contra mi lado oscuro. Contra las aguas mansas.
Contra ti. Contra todo. La voz.
Maria Elena Cruz Varela, Plegaria contra el miedo

El miedo, según la primera acepción del Diccionario de la Lengua Española, es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Siguiendo el mismo diccionario, vemos que perturbar es “inmutar, trastornar el orden y concierto, o la quietud y el sosiego de algo o de alguien”; mientras que la angustia es un “temor opresivo sin causa precisa”.

Cuando se habla –o se escribe– en torno –sobre– el miedo, se busca precisión. Recurro al diccionario para no abonar más miedo al miedo. Por su naturaleza, los miedos no se suman, se multiplican. De allí la elaborada exactitud para abordarlo.

Las reacciones ante el miedo en las sociedades, por más distintas que sean, apuntan en un sentido: el aislamiento. De ahí que no exista el miedo colectivo, aún cuando simultáneamente puede sentirse miedo ante acontecimientos o expectativas similares. El miedo reduce al más concreto individualismo. Las personas se retraen, considerando que salvaguardan lo que les es propio separándolo de la colectividad. El miedo destruye la sociedad puesto que contrapone los intereses de unos contra otros.

Contra el miedo, se ha inventado de todo: desde los vaticinios hasta la idea de certidumbre jurídica. Qué sean eficaces o no, es cosa distinta.

El derecho debería ser un arma contra el miedo. No lo es. De serlo, sería un fundamento de la cohesión de las sociedades, preservándolas de los arrebatos, contribuyendo a la convivencia armónica –libre de prejuicios–  de sus integrantes

El miedo, como experiencia de lo humano, nos recuerda la vulnerabilidad de nuestro ser. Cuando vivimos el miedo, nos invade la tensión de ser los próximos depositarios de la desventura.

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