La realidad
siempre es otra
Decimos, casi siempre con ligereza, respecto de
un texto: es de un gran realismo. Califico al calificativo de ligero (no es una
metacalificación, sino un mero accidente verbal de llama apreciación) puesto
que casi siempre intentamos decir que se trata de un texto que nos hace sentir
dentro. Que su construcción nos lleva a los sitios de la memoria en donde hemos
estado o a los lugares de la imaginación donde nos gustaría estar.
Lo cierto es que la literatura nunca es real, al
menos no en sentido de la fisiológica hambre que cada determinado tiempo nos
acecha o la máquina donde escribo. La literatura es real es su exclusiva lógica
textual, donde construye y constriñe su vivencia. Se vive la literatura en la
medida que se cierra el pacto con la textualidad.
La literatura no es otra forma de vida sino un
hacer que toma de referencia a la vida. Porque no hay otra experiencia fuera de
la vital.
Por medio de palabras se imita e inventa, se
recuerda y olvida. No se trata de palabras prolongando el mundo, sino de palabras
haciendo un mundo de palabras.
Lo único que queda claro es que la palabra
intenta acercarnos a la realizad, la escribe y la describe. Y la descripción es
en cierta medida una aproximación a la apariencia de las cosas.
La realidad textual en la que conviven personajes
con apariencias humanas, crea sus propios valores. Las moralidades de la vida
cotidiana, acaso se imitan. También hay quien piensa en replicar sistemas que
en la vida cotidiana se han mostrado inoperantes. Y claro, en el texto parecen perfectos.
En el texto, los personajes no experimentan ninguna libertad. Están determinados
por la voluntad creadora. Y no faltará
quien diga que esta libertad es la que ha defendido San Agustín (entre otros)
con la figura de un dios del que nada escapa.
La lógica textual permite abordar la violencia
desde una perspectiva estética. De ahí que nos provoque placer. A través de un
texto lastimosamente bien escrito, vivimos una emoción. De no ser así, disfrutarlos
sería privilegio de personas psicológicamente alteradas. ¿Lo somos?
Afortunadamente la literatura siempre es otra:
otra realidad y otra irrealidad. Que a la vez, ajena y propia, nos mueve a una
condición de espectadores. Quizá es una manera menos peligrosa (no mejor) de
aprender a vivir, de mostrarnos de que va la realidad que viviremos o a la que
nunca tendremos acceso.
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