domingo, 18 de noviembre de 2012

Apuntes hacia ningún sitio



La realidad siempre es otra


Decimos, casi siempre con ligereza, respecto de un texto: es de un gran realismo. Califico al calificativo de ligero (no es una metacalificación, sino un mero accidente verbal de llama apreciación) puesto que casi siempre intentamos decir que se trata de un texto que nos hace sentir dentro. Que su construcción nos lleva a los sitios de la memoria en donde hemos estado o a los lugares de la imaginación donde nos gustaría estar.

Lo cierto es que la literatura nunca es real, al menos no en sentido de la fisiológica hambre que cada determinado tiempo nos acecha o la máquina donde escribo. La literatura es real es su exclusiva lógica textual, donde construye y constriñe su vivencia. Se vive la literatura en la medida que se cierra el pacto con la textualidad.

La literatura no es otra forma de vida sino un hacer que toma de referencia a la vida. Porque no hay otra experiencia fuera de la vital.

Por medio de palabras se imita e inventa, se recuerda y olvida. No se trata de palabras prolongando el mundo, sino de palabras haciendo un mundo  de palabras.

Lo único que queda claro es que la palabra intenta acercarnos a la realizad, la escribe y la describe. Y la descripción es en cierta medida una aproximación a la apariencia de las cosas.

La realidad textual en la que conviven personajes con apariencias humanas, crea sus propios valores. Las moralidades de la vida cotidiana, acaso se imitan. También hay quien piensa en replicar sistemas que en la vida cotidiana se han mostrado inoperantes. Y claro, en el texto parecen perfectos. En el texto, los personajes no experimentan ninguna libertad. Están determinados por la voluntad creadora.  Y no faltará quien diga que esta libertad es la que ha defendido San Agustín (entre otros) con la figura de un dios del que nada escapa.

La lógica textual permite abordar la violencia desde una perspectiva estética. De ahí que nos provoque placer. A través de un texto lastimosamente bien escrito, vivimos una emoción. De no ser así, disfrutarlos sería privilegio de personas psicológicamente alteradas. ¿Lo somos?


Afortunadamente la literatura siempre es otra: otra realidad y otra irrealidad. Que a la vez, ajena y propia, nos mueve a una condición de espectadores. Quizá es una manera menos peligrosa (no mejor) de aprender a vivir, de mostrarnos de que va la realidad que viviremos o a la que nunca tendremos acceso.

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