Qué es la violencia.
Cuáles son sus límites. De qué modo nos afecta –si es que realmente nos afecta.
Violencia
es en sí una palabra escandalosa, con sonoridad de quiebre. Pronunciar violencia es rasgar, romper, quebrar el
aire de las palabras.
El diccionario de la
lengua española (RAE) da cuatro
acepciones.
violencia.
(Del lat. violentĭa).
Todas ellas confusas, vacías,
demasiado amplias. En cambio para el
adjetivo violento se anotan ocho acepciones.
violento, ta.
(Del lat. violentus).
1. adj. Que está fuera de su natural
estado, situación o modo.
2. adj. Que obra con ímpetu y fuerza.
3. adj. Que se hace bruscamente, con ímpetu e intensidad
extraordinarias.
4. adj. Que se hace contra el gusto de uno mismo, por
ciertos respetos y consideraciones.
6. adj. Dicho del sentido o interpretación que se da a lo
dicho o escrito: Falso, torcido, fuera de lo natural.
De las cuales se desprenden características
puntuales: estar fuera de un estado,
obrar con fuerza, ir en contra del gusto. Remarco la última cualidad por
implicar cierta visión estética, haciendo hincapié en que hablamos del gusto de
sí, como toda subjetividad estética.
Escribir subjetividad estética es hiperbólico.
He pensado en la violencia como
actitud estética puesto que ahora abundan (pululan, sin exagerar) las estéticas
de la violencia. Cosa nada nueva. Desde el inicio de las representaciones
gráficas y orales, la violencia ha matizado la realidad representada. Lo nuevo
es, en algunos de los casos, la morbosa disposición a exaltarla.
Si por estética de la violencia se
entiende la ferocidad adjetivante de lo cruel, el intento es inútil. Es, la
búsqueda de un título grandilocuente a la perversa y limitada imaginación y
potencialidad de quien crea.
Una verdadera estética de la violencia
debería (sin pontificar) revalorar la complejidad de las realidades humanas en
la cotidianeidad proponiendo valores que permitan entender y delimitar aquello
que de estético pueda tener la violencia.
Ahora que
escribo, me doy cuenta la poesía (contrario a lo que se piense) está fuera de
estas corrientes. La poesía es el territorio del yo y la violencia se entiende
como una acción contra los otros. Escribirla con esta pretensión seria dejar de
hacer poesía (lo que sucede en muchos de los casos). Acaso, se pueda aspirar a construir
una poesía sádica, pero no estructuralmente violenta.
La violencia
como actitud estética tramposamente se realiza en los otros.
Si la violencia ya no
es capaz de trastocarnos, de descolocarnos de nuestro status de comodidad, es
necesario replantear nuestra situación frente a ella.
Algunos dirán que la palabra
se desgasta, deja de significar. En el caso de violencia, me parece que es legítimo pensar que las moralidades se
transforman. Y pensar de nuevo la moralidad.
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