El
afán de la poesía
Callamos, no porque no tengamos nada
que decir, sino porque no sabemos cómo decir todo lo que quisiéramos decir.
Sor Juana Inés de la Cruz
Al iniciar una redacción, por pequeña que sea. Uno se pregunta: ¿qué escribo? ¿Cómo lo escribo? Y más fundamentalmente ¿por qué escribo? ¿Para qué escribo? Las respuestas son variadas.
Se escribe para decir: lo que es y lo
que no es, lo que se cree y aquello de lo que se duda. Se escribe en busca de
la verdad, también para construir una mentira; porque se sabe mucho, porque se
desconoce todo.
El afán de comunicar guía la
escritura. Octavio Paz va más allá cuando afirma que el no decir, el silencio
humano, es también una manera de comunicar. Callar es también un mensaje. Un
decir nada que, siguiendo a Paz, es distinto a nada decir.
La escritura es un afán de comunicar: ideas, sentimientos, sensaciones. Escribir es abrirse al mundo, ser
del mundo, hacer al mundo.
De entre los géneros literarios, la
poesía enfrenta a quien escribe de una manera más frontal con estas
interrogantes. La poesía no concede, es rotunda. Cada verso exige precisión,
honestidad, fuerza.
Aún cuando se siguen las formas
clásicas –sonetos, liras, décimas– utilizando figuras retoricas –oxímoron, alegoría,
rima, anáfora–, cada poema es una búsqueda, una renovación del lenguaje.
En cada poema autor y lector se fundan en una especie de hermandad. Ahí se descubre la humanidad más humana. Porque la poesía no pregona la verdad, sólo
nombra. No busca generar normas de conducta. No intenta construir modelos
lógicos ni morales.
Cada poema es el descubrimiento del
ser que se es y del lenguaje en que cada uno se revela: revelación sonora. Una
revelación en la que se echa mano del silencio no porque se pretenda ocultar,
sino por mejor decir.
Para quien lo dude, bastaría revisar
la obra de Fernando Pessoa[i]. Quizá
podría aceptar que en cada ser habitan muchas personas, contrarias incluso.
Porque él mismo es su obra, y su obra es múltiple, desconocida, pero verdadera.
[i] En
el episodio 44 de Imaginaria Jurídica abordamos un poema de Fernando Pessoa “Tabaquerias”
firmado por su heterónimo Álvaro de Campos
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