De la filosofía
a la superación personal
El modelo de vida contemporáneo no da para más. Lo fácil, lo ligero, sobre cualquier otra característica se impone. La prisa en el día a día, la premura con que se quiere llegar al futuro, anula la posibilidad de permanecer al menos un instante en reflexión. Reflexionar es volver. Regresar.
La vida exige velocidad: todo hacia adelante. Lo importante es ir rápidamente aunque no se sepa qué hay más adelante. Alejarse del presente. Evadirse.
Cuál es el papel de la filosofía en la
vida. No lo sé. Me queda claro que ahora más que nunca las personan buscan en
ella respuestas a sus dramas personales. Qué digo dramas, a las simplezas
personales. Se confunde al filósofo con el opinólogo e, incluso, con el consejero personal. De la
filosofía se esperan respuestas, no interrogantes.
Esto se refleja en la industria (sustantivo
nunca mejor empleado) editorial. Se trabaja en la elaboración de manuales para
la fácil sobrevivencia. Como si la vida fuese una máquina para hacer café o un
aparatos para abrir latas de comida se prodigan recomendaciones: gira, aprieta,
oprime, coloca dos tornillo, repite hasta el cansancio el modelo.
Muchas de estas cuestiones tienen que
ver con la descolocación de la idea de felicidad del centro de la vida. La
felicidad ha cedido su paso al éxito. No importa que seas infeliz mientras seas
exitoso.
Se buscan en los libros respuestas
fáciles. Se vive la dictadura de los consejos bien intencionados. Habiendo manuales
que parecen resolverlo todo, para qué indagar en sí mismo. La vida que se
pregonaba única, ahora se conforma con ser como la de otros, hacer lo que hacen
otros. La vida propia bien podría llamarse la
vida según mi vecino.
Los títulos no reseñan: venden. Dios
mío, hazme viuda por favor; Quién se ha llevado mi queso; El monje que vendió
su ferrarí; El caballero de la armadura oxidada; Un grito desesperado; El libro
de los secretos; Pregúntale al padre José. Todos ellos, entre muchos más,
títulos que buscan impactar, hacer marketing. Colocar un producto en el mercado.
Un producto que está hecho de hojas de papel y relleno (si, relleno, no escrito)
con tinta que para algunos podrá tener algún significado. La culpa, pudieran
decir los editores, no es del autor sino de quien se vuelve su cliente.
La larga tradición filosófica parece
estar a punto de extinguirse, no lo hará (lo espero). En noches como esta me pregunto, qué puede hacer
Platón frente a Osho, qué Heidegger frente Paulo Coelho, qué Santo Tomás de Aquino
menos leído frente al Padre José de Jesús Aguilar. La lista se figura
interminable.
No hay mucho que decir: ojalá esto no
dure mucho.
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