Las épocas
y el tiempo
Las reflexiones de Agustín de Hipona[i] en torno al tiempo son,
cuando menos, originales. Parten de la imposibilidad de comunicación y certeza:
si no me preguntan sé, si me preguntan no sé[ii]. Por qué. El tiempo es en el anima del hombre, por tanto, experiencia de vitalidad interior (subjetiva,
dirán algunos).
No obstante esta limitación comunicativa hay rubros
que si, en mayor o menor medida, podemos considerar. Uno: el tiempo como experiencia
de los objetos es uno. Dos: el tiempo como experiencia de los sujetos es múltiple
–la reflexión surge (¿se da?) en este
tiempo. Tres: el tiempo como experiencia de Dios no existe, se llama eternidad,
Dios está fuera del tiempo[iii].
Heidegger[iv], al parecer, rompe con
estas distinciones al cuestionarse: ¿soy yo mí tiempo?
He referido a dos reflexiones radicalmente
opuestas y continuadas[v], para remarcar la
importancia de la comprensión del tiempo en cada época.
Las categorizaciones (divisiones: categorizar es
separar) sociológicas, si bien inexactas, al menos ofrecen referencias que
hacen más fácil la comprensión y, probable, explicación de ciertos fenómenos.
La edad antigua es la edad sin tiempo. La edad media, la edad del pasado. La edad moderna, la edad del presente. En la posmodernidad sólo hay futuro[vi]. Explico.
La edad antigua es la época de las fundaciones.
Es arriesgado decir pero afirmo: no hay conciencia del tiempo. Es lo más parecido
a la idea de eternidad.
La edad moderna es la búsqueda en el ayer. La
apología del pasado. Se materializa la remembranza. Todo se construye queriendo
revivir el pasado. Hay una necesidad de repetirse que el esplendor es algo que
ya sucedió.
La modernidad, el pensamiento de Heidegger ejemplifica,
elogió la posición activa del sujeto. A diferencia de lo que he llamado “época
de las fundaciones”, hay conciencia del tiempo.
En la posmodernidad si bien el futuro no es de
nadie[vii] (el futuro es inasible),
todo tiende a él (obviedad). El hombre (y la mujer) viven hacia el futuro. Hay,
por sonar clásico, un desarraigo de la realidad física y temporal. Lo que
llamamos virtualidad es una invitación al futuro. Los mismos procedimientos
económicos tan meticulosos en el pasado, se han transformado. La filosofía del
crédito es muestra de ello: se vive de lo que tendremos. Sólo por mostrar un
pequeño dato.
La posmodernidad exige del Derecho una actitud distinta: replantearse o morir. Miento. Replantearse o estar contra el tiempo. No siempre estar contra el tiempo es morir, a veces es volverse habitante distinguido de bibliotecas y/o archivos históricos.
[i] Hago alusión a las reflexiones contenidas
en La ciudad de Dios, principalmente en el libro XI.
[ii] Hay, en esta afirmación una extraña
relación (intuitiva como en casi todos los casos Agustinianos) entre la sabiduría
silente y la ignorancia parlera.
[iii] Me gustaría abundar en el tema de la
eternidad, por ser el más desafiante y criticado En este texto breve es clara
la poca facilidad de hacerlo. La brevedad está de moda. la moda es cosa del
tiempo.
[iv] En referencia a la conferencia ¿Qué es
el tiempo?
[v] No sólo me refiero al que Heidegger
revise las reflexiones de Agustín en dicha conferencia, sino a la actitud de Agustín
que admite que el conocimiento humano no es completo, y que está expectante, en
actitud de espera, para ser más pleno.
[vi] Ofrezco una disculpa por la
discriminación a los tiempos compuestos que mis manuales de lengua española
reivindican tan dignamente.
[vii] Oscar de la Borbolla, entrevistado para
Imaginaria Jurídica en el episodio 39, tiene una novela titulada “El futuro no
será de nadie”.
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