La
memoria
De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación
Jorge Luis Borges.
No estoy de acuerdo con el epígrafe.
Al menos no del todo. Por qué lo cito. La bibliocéntrica figura de Borges –erudita,
infatigable, metódica– me es
indispensable a la hora de escribir en torno a la memoria y a sus instrumentos;
sus conclusiones, no del todo certeras, son también un referente.
La imaginación y la memoria, como facultades del ser humano que no sentidos del cuerpo, son intangibles. Las vivimos, las experimentamos, pero siempre falta “algo más” para comunicarlas. Carecen de signos que exterioricen su presencia.
Son facultades del yo, que sólo a través de un lenguaje cobran valor para los otros.
La imaginación necesita de la memoria. Tenemos experiencias reales o imaginarias, damos cuenta de ellas desde la memoria, no hay otra manera. En ella el tiempo tiene sentido: del ayer al mañana, desde el hoy. Sin ella, un presente perpetuo gobernaría la existencia.
¿El libro es la única manera de
hacer extensible la memoria? No lo creo. Todo lenguaje da cuenta de ella: desde
las pinturas de Altamira a los mensajes a través de twitter, de los poemas
presocráticos a estas líneas testimoniales o las animaciones contemporáneas.
Borges lector infatigable hizo de los libros aliados de la memoria, de su memoria. Los músicos, por ejemplo, harán de las piezas musicales su extensión, su
apéndice de la memoria. Y eso es lo importante. García Márquez lo dijo: la vida
no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para
contarla.
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